sábado, 1 de agosto de 2015

Nicanora (parte III)

Me lo quedé mirando. No hacía ni dos minutos que ese chico había entrado por la puerta y ya había revolucionado todas mis hormonas. Seguía sentado de espaldas a mí y yo como una ilusa esperando a que se girara… esperando a ver si mi corazón estallaba de alegría o simplemente desaparecía en la tortuosa desesperación de volver a ver Dago. No me miraba, no se giraba. Finalmente me di cuenta de que no me había oído. Mi voz había quebrado. Cerré los ojos y respirando con fuerza me levanté y me acerqué a él. Su mano estaba jugando con un saquito y por el ruido que tintineaba de él supuse que sería dinero. Cuando ya estaba detrás suyo le toqué la espalda y se giró.
            Era él. Aunque había algo distinto, el corazón me dio un vuelco. Sus ojos estaban ausentes, su cara inexpresiva, sus rasgos eran distintos. ¿Sabéis cuando os miráis al espejo, y os veis igual pero distintos a la vez? Pues eso mismo. Volví a pronunciar su nombre y como respuesta obtuve una sonrisa. Una horrible y perturbadora sonrisa. No tenía dientes. Tenía la boca ensangrentada y su voz sonaba más grave de lo normal.
-          Bésame – y empezó a reír – tenemos que terminar ese beso, si no lo quieres se lo daré a tu hermana…
Su voz sonaba juguetona, pero de la forma más horrible de la que te puedas imaginar. Su risa cada vez crecía hasta convertirse en una carcajada.
-          ¿Qué te pasa? – Me estaba asustando mucho. Nunca le había visto así.
-          Sí, Nicanora, sé lo de tu hermana, sé que es una chica. Y tú eras mi plan B, te besé a ti para poder acercarme a ella. ¿Quieres que te bese o no? Por cierto, tengo un regalo para ti.
            Empecé a retroceder y él se dio cuenta. Alargó su mano y me cogió del brazo. Estaba frío y su piel era más seca de lo que recordaba, su tacto era igual al de la madera sin lijar. Vació el saquito con el que estaba jugando en mi mano. No era dinero, eran dientes. Vomité del asco. Sus carcajadas resonaban en mi cabeza y esta me empezaba a doler. Tenía miedo… estaba aterrada.
-          ¿Qué te pasa Nicanora? – Esta vez la voz que salía de su boca era de mi hermana.
            Sus manos me cogieron del hombro y empezaron a sacudirme, empecé a gritar e intentaba huir, pero sus manos se aferraban fuertes a mí. Tenía una cara diabólica. De repente sentí como si mi corazón estallara y abrí los ojos.
            La cara de mi hermana estaba a un palmo de la mía, parecía preocupada.
-          ¿Estás bien? Me habías asustado. No podía dormir e iba a la cocina a por un poco de agua, pero creo que eres tu quien la necesita. Te oí gritar.
            Me incorporé en la cama. Estaba sudada y el corazón me latía a mil por hora. Me tiré a los brazos de Fidela y me eché a llorar. Noté como se ponía tensa y cuando ya me iba a separar por vergüenza sentí como cedía y me abrazaba con más fuerza que nunca.
-          He tenido una pesadilla.
-          Lo se Nica, siento haberme portado tan mal contigo. Mi ego pudo conmigo. ¿Qué soñaste?
            Apreté la mejilla en su hombro mientras pensaba en alguna mentira. Ahora que parecía que me había reconciliado con ella no podía contarle lo que soñé.
-          No te preocupes, yo tampoco me habría dejado besar. Me habría apartado. Pues soñé que nos despeñábamos con la carreta por un barranco y me quedaba sola.
-          No estás sola, estoy contigo y lo estaré siempre. -  Empezó a acariciarme el pelo. Teníamos un pelo muy distinto el uno de la otra. El de ella era claro y empezaba a parecer ondulado ahora que se lo dejaba crecer. El mío negro y liso. Sus ojos castaños, mis ojos verdes, su estatura alta, mi estatura baja, sus facciones más finas… Ella era más guapa que yo. La verdad es que ahora que lo analizaba, sí que se parecía a un chico. Pero un poco afeminado. Se  me escapó una risita. - ¿De qué te ríes si se puede saber?
-          Nada, que estaba pensando que eres muy guapa, y que parcias un chico afeminado. Creo que si nos hubiésemos quedado en el pueblo, te hubiesen desterrado por desviado.
Las dos no echamos a reír.
-          Fidela, ¿Te quedas a dormir conmigo?  Te echo de menos.
-          Claro que si fea. Anda hazme sitio.
            Me moví. La cama no era tan grande como la que habíamos compartido en nuestra casa de antes pero cabíamos las dos si nos apretujábamos un poco. La verdad es que nos habíamos hecho mayores. Ella con 20 y yo con 17, ya hacía tiempo que éramos las dos unas mujeres echas y derechas. Me apoyé en su pecho y dejé que siguiera acariciándome el pelo, como cuando era pequeña y tenía miedo de las noches de tormenta. Me gustaba tanto... No tardé en quedarme dormida, por suerte no tuve más pesadillas.
            A la mañana siguiente me desperté en el suelo. Como siempre, Fidela había ocupado toda la cama y se había apoderado de la manta. Me levanté y  la miré sonriendo. Echaba de menos dormir con mi hermana.
            Por un momento pensé en irme al otro lado de la cama y seguir durmiendo, pero tenía que bajar a la taberna. Me vestí con el traje que me había echo mi madre y me fui dejando a Fidela dormida en mi cama.
             Luciano me estaba esperando como siempre, tomándose una cerveza y con una montaña de cacharros para lavar. Siendo sincera no lograba entender cómo se las había apañado todos estos años atrás para llevar el bar. Era temprano y todavía no había salido el sol. El lugar estaba vacío. Me puse a lavarlo todo y a preparar las perdices que nos había traído José, el cazador. Todas las mañanas nos traía parte de sus presas, pero yo no conseguía verle nunca por más pronto que viniese. Si no fuese porque no creía en eso, pensaría que Luciano las trae por arte de magia.
            La mañana iba bien, como cualquier otra. A mediodía la taberna estaba llena de hombres bebiendo y comiendo. Estaba a rebosar así que Luciano me permitía salir de la barra para ayudarle en la faena de camarera. En uno de los momentos que salí, me acerqué a una mesa a llevarle lo que creo que era su decimoquinta cerveza a un señor. Como era de esperar sus reflejos no estaban en su óptimo estado y cuando fue a coger la jarra que tenía en mi mano, sus manos fueron a parar a mis pechos. Me aparté e hice ver que no había pasado nada porque iba muy bebido, pero cuando me di la vuelta para volver a la barra, su mano se metió por debajo de mi falda y se posó en todo mi culo. Me di la vuelta para darle una bofetada, pero sorprendiéndome por su estado de embriaguez, fue más rápido que yo y me cogió de las muñecas echándome contra la mesa. Empecé a gritar y a removerme, a suplicar que me soltara pero como resultado, me cogió con más fuerza. Grité pidiendo ayuda, pero el resto de hombres de la taberna en lugar de ayudarme se reían cada vez más. Cuando quise darme cuenta, su mano estaba en mi cintura, y su boca, que por cierto apestaba, estaba a unos pocos milímetros de mí y pasó toda su lengua por todo mi cuello. Seguí gritando intentando darle una patada pero no le alcanzaba. Cerré los ojos. Me esperaba lo peor y sin querer evitarlo empecé a llorar. De repente oí un golpe y la fuerza sobre mis manos cesó. Abrí los ojos. Un muchacho unos cuantos años mayor que yo estaba encima del borracho propinándole una paliza. El resto de los borrachos del bar empezaron a reír aún más y aplaudían como focas en un circo.
-        ¡Isidoro! Para por favor – Luciano había cogido al chaval por el hombro e intentaba separarlo de mi abusador - ¿No ves que vas a hacerle daño?
            Sin embargo de su boca solo salió un:
-        ¡Cabrón! ¿No ves que la señorita no quería nada contigo?
Me arreglé la falda e intenté quitarme las lágrimas antes de ayudar al jefe a apartar a ese chico.
-        ¡Para por favor! No tiene sentido que sigas pegándole. - Esta vez las palabras salieron de mi garganta.
            El muchacho paró y se me quedó mirando como si le hubiese tirado un jarro de agua helada por encima. Se separó y salió del local. Iba a seguirle porque en ese momento caí en que no le había dado las gracias pero Luciano me paró y negó con la cabeza.
-        Espérate unos minutos, es muy impulsivo y no creo que salir ahora sea una buena idea. Le conozco bien créeme.
            Me quedé mirándolo y entonces recapacité. ¡Isidoro! Era su sobrino, el que llevábamos unos meses esperando. Me puse roja de vergüenza. Vaya recibimiento le había dado...
-        I tú, fuera de mi taberna, no quiero volver a verte por aquí nunca más. A mi personal hay que tratarlo con respeto. - y esta vez fue Luciano quien le dio un tortazo a mi abusador.
            Me quedé helada... En dos segundos se había vuelto a armar una guerra de golpizas ¿Qué les pasaba a los hombres con la impulsividad? Me acerqué e intenté separarlo. Al final, otro señor me ayudó y acompañó al borracho a fuera.
-        No tenías por qué haber hecho eso, gracias por defenderme.
-        No me des las gracias Nicanora, es lo que le dije a él, a mi personal hay que tratarle con respeto. A ver si se acuerda ahora de no ir molestando a la gente por aquí.
            Me dediqué a sonreír-le porque no tenía palabras que decirle. Fui hacia la barra y cogí dos jarras con la esperanza de que estuvieran lo bastante heladas como para atenuar el dolor de los golpes y le di una a Luciano. Salí con la otra en busca de mi primer salvador. No tardé mucho en encontrarlo. Estaba sentado en el suelo con la espalda apoyada en la pared y una pierna doblada. Estaba fumando. Me senté a su lado, le ofrecí la jarra y le sonreí. Él la aceptó. Al principio parecía serio, pero enseguida me sonrió.
-        Perdona, no quería irme así.
-        No, perdóname tu a mí, debería haberte pedido disculpas.
-        ¿Estás aquí pidiéndomelas no?
-        Sí.
-        ¿Entonces, de que te preocupas? ¿Quieres? - Me acercó eso que estaba fumando y al inhalar su humó empecé a toser y él se rio – Sí, suele pasar al principio. - y volvió a dar una calada.
-        Mi padre fuma pipa.
-        ¿Esto es lo que se te ocurre decir? Eres muy original...
-        Nica, bueno Nicanora. ¿Qué hacías en una taberna como esta Nicanora?
-        Trabajo aquí. Luciano, bueno, tu tío, me dio trabajo y la casa de enfrente para vivir, ahora vivo ahí con mi familia. - El muchacho no dijo nada, estaba callado y pensativo - ¿Te duele mucho?
-        No, no demasiado.
-        Bueno, me alegro.
            En esos momentos, pasó Fidela por delante con una gran cesta llena de ropa, supongo que había ido a lavarla.
-        ¡Nica! ¿Que diantres haces aquí?
-        Nada, es que hubo un problema en la taberna… en casa te lo cuento. Este es Isidoro, el sobrino de Luciano.
-        ¿Cómo sabes mi nombre? Todavía no te lo he dicho.
-        Tu tío me ha habado mucho de ti.
-        Mmm... tiene sentido – y se rio.
-        No deberías estar así sentada con un chico ¿qué va a pensar la gente de ti?
-        Tienes razón hermana. - me levanté y sacudí un poco la falda.
-        ¿Esa es tu hermana? - el joven parecía intrigado por ella.
-        Sí, bueno, yo voy dentro porque hay mucha faena. Solo salí a darte las gracias. Gracias por todo de nuevo.
Me fui enseguida para dentro pero justo antes de entrar vi como Isidoro le ponía la mano al culo a Fidela. Y ella se reía. Iba a volver para averiguar que pasaba, pero justo en ese momento Luciano me vio y me cogió asegurándome que había mucho trabajo por hacer.
-        ¿Has hablado con él?
-        Si, se quedó fuera fumando.
-        Siempre fumando... no entiendo a este muchacho, pero bueno, ya entrara cuando quiera. ¿Sigues con ánimo de seguir trabajando?
-        Sí – asentí con una sonrisa fingida.
-        Así me gusta Nica.
            Seguí trabajando durante todo el día, sin descanso. A la noche, cuando llegué a casa vi a mi hermana que estaba tejiendo una manta o al menos lo intentaba.
-        Fidela, hazme un favor por favor ¿me puedes prestar unos pantalones tuyos para ir a trabajar mañana?
-        Sí... ¿pero por qué?
-        Pensé que iría más cómoda. - la verdad es que desde lo del incidente del señor borracho se me quitaron las ganas de volver a llevar falda.
-        Está bien.
-        Por cierto, luego cuando termines ven a mi habitación que tengo que hablar contigo.
-        ¿No puedes ahora?
-        No, mejor a mi habitación, no tardes mucho que estoy cansada.
-        Bueno, como quieras.
-        Gracias.
            Cuando llegué a mi cuarto me desnudé y me puse cómoda con mi viejo camisón.
            La verdad es que estaba muy cansada pero me alegraba una barbaridad de poder volver a hablar con Fidela, de haberla recuperado. Siendo sinceros, creí que ya no volvería a hacerlo jamás.
            Me estiré en la cama y me pasé sin querer los dedos por los labios. Otra vez lo había echo. Dago. Le echaba de menos, pero ya no podía hacer nada. Estaba en este pequeño pueblo, Rabida, lejos de él, con un trabajo y con mi hermana de vuelta. Tenía que centrarme en empezar una nueva vida.
            Esperé a mi hermana jugando con un mechón de mi pelo, preguntándome que había pasado con Isidoro... Quería hablar con ella sobre esto, esperaba no quedarme dormida esperándola.
-        ¿De qué quieres hablar Nicanora? - Fidela acababa de entrar por la puerta de mi habitación. En ese momento sucedió. Grité. Salió un profundo grito de terror de mi garganta, ella se acercó a mí corriendo, asustada. - ¿Qué te pasa Nica?



CONTINUARÁ...

sábado, 11 de abril de 2015

Nicanora (parte II)

Llevavamos ya tres dias de viaje, y un solo pueblo a nuestras espaldas, buscando una nueva vida para esconder el secreto de mi hermana, una vida que seria igual que la anterior, pero mas aburrida.
Fidela no me había dirigido ni siquiera una palabra en todo el camino. Yo me pasaba todo el tiempo sentada en el borde de la carreta con las piernas colgando, a menudo solia pasarme los dedos por el labio, intentando recordar a los de Dago, pero era en vano, necesitaba mas, y me destrozaba saber que ya no volveria a tenerlos, aun que sea solo para completar ese beso incompleto que, peor aun: me habia costado la relación con mi hermana. Ella estaba sentada en el fondo de la carreta junto a mi madre, ninguna de las dos me
hablaba.
La verdad es que se parecían mucho, las dos eran delgadas, secas, de piel olivácea y un fino pelo castaño, la diferencia era que el de mi hermana estaba más corto. Yo me parecía más a mi padre, más oscura de piel y con el pelo negro y áspero. Acontrariado a su personalidad, Felicia era el nombre de la mujer que me habiatraido al mundo, su mirada era fria y distante, triste, ausente, como si anelara una vida que sabía que jamás iba a conseguir.
Siempre sumisa a las ordendesde mi padre, como si fuera un monigote maleable, sin opinión, sin desición. Supongo que esa es la vida que tienen todas las mujeres, la vida que me esperaba, por eso mis padres vistieron a Fidela de niño, para intentar que no creciera con esa mirada en sus ojos, sin
embargo iba por el mismo camino que mi madre.
Yo era distinta, nunca me habia dejado influenciar por nadie, nunca habia llorado, era más fuerte y más ruda, hasta ahora. Me odiaba a mí misma, por haber dejado que Dago me besara, me odiaba a mi misma por dejar que me hubiese gustado ese beso, es más me odiaba a mi misma por haber perdido a
mi madre, yo sabía que ella no quería venir, yo sabía que ella deseaba quedarse en ese pueblo… Pero por lo que mas me odiaba era por haber perdido a mi hermana. Nunca había tenido una relación fluida con ella, pero no nos llevábamos mal…
Volví la vista atrás y las miré, estaban hablando entre ellas, hasta casi estaban riéndose, sin embargo cuando me vieron se pararon en seco. Yo no quería que eso siguiese así, de modo que decidí que a la noche mientras mis padres estén montando la tienda de campaña intentaría hablar con ellas.
Hacía ya un buen rato que habíamos parado a comer, así que supuse que no nos quedaría mucho para que decidieran parar un poco.Como era invierno oscurecía pronto así que me limite a esperar, viendo como mis piernas se columpiaban colgaban la carreta, intentando mantener la mirada fija en la punta
de mis viejos zapatos sucios y usados.
Como me imaginé, no tardamos mucho en parar, más o menos sobre las siete encontramos un pequeño claro, con hierba fresca para Zoquete, nuestro caballo, y una enorme pared de roca que podía protegernos del viento. Nuestros padres nos mandaron a buscar leña para calentar el fuego. Como era
de esperar Fidela estaba distante conmigo, con la mirada fija en el suelo buscando pequeñas ramitas que pudieran darnos cobijo en las frias noches de Enero. Disimuladamente intente hacercarme a ella, tal y como iba avanzando, ella se iba separando, me imaginé que, aún que le hablara no la escucharia,
pero no estaba dispuesta a perder su relacion por un medio beso ni siquiera deseado... aun que si agradable y hasta un poco obsesivo, queria repetirlo, queria... completarlo.
- Fidela... – me arriesgué, pero como recompensa solo obtuve silencio - Fidela…
- ¿No te das cuenta que no quiero hablar contigo?
- Pero yo si quiero hablar contigo… quiero, arreglar las cosas.
- ¿Arreglar el que? Me has destrozado Nicanora… tu sabias lo que yo
sentia por Dago y ahun asi le besaste.
- ¡Yo no le bese! Me beso él y tu lo viste, mama lo vio, papa lo vio, hasta Zoquete, preguntaselo al caballo si quieres.
- Pero que dices… ¿y las noches que desaparecias que? ¿Te crees que no me daba cuenta? Si cada noche salias con mi abrigo… No me imaginaba donde ibas… ¿Pero con Dago? Justo tenias que ser el
¿No?
- Fidel… Yo no estoy enamorada de el – o eso es lo que me gustaria pensar… la verdad es que estos ultimos dias han sido muy confusos, y la carretera tan solo me da tiempo que pensar.
- ¿Fidel? Sigues llamandome como cuando estabamos en el pueblo. Espabila Nicanora, no soy un chicho, soy una chica y con sentimientos, unos sentimientos que tu has roto. ¿Asi lo pensabas
no? Claro… como tu hermana, era un chico pues que le iba a importar ¿no?
- Vale, como tu digas, yo solo intentaba arreglar las cosas, cuando te veas capaz de usar esa inteligencia” – dije haciendo comillas con los dedos” – que dios te dio, por la que te convertiste en “Fidel” – comillas otra vez – ya vendras a hablarme, por que creo, y sinceramente te digo que me parece que este no es el comportamiento que deberias tener.
Y me alejé. Me alejé tan ràpido como pude para que ella no viera mis lagrimas, para que no viera que me sentia debil, sola e incompleta. Recogí todos los maderos que pude, tenia las manos frias, llenas de cortes por las bajas temperaturas, por las ramitas y por ir golpeando los troncos de los arboles, para intentar disipar esa impotencia que sentía en lo mas hondo de mi ser y que parecía que no iba a terminar nunca.
Con mi padre no tenía ningún problema, la verdad es que el pobre era bastante corto y no llegaba a ver lo que pasaba entre mi madre, mi hermana y yo aun que uno de los motivos más importantes por las que no se había dado cuenta, era que estaba más pendiente de zoquete y del camino y no prestaba atención a lo que pasaba en las partes traseras de la carreta. Dejé que se acomodaran todos, y luego me acosté yo, se me hacia un poco raro dormir fuera de la cama, y compartiendo dormitorio con alguien más que a mi hermana.
Tenía muchas ganas de que terminara ya el viaje de llegar a un sitio y establecernos, esperar a que mi hermana conozca a otro chicho y se obligue de Dago, y así consiga perdonarme.
Cuando desperté a la mañana siguiente, mi padre ya se había levantado, me incorpore un poco y miré a mi alrededor, en primer lugar solo quedaba un madero en el montón de leña, y el fuego estaba a punto de extinguirse, así que supuse que habría ido a por mas leña. Mi hermana y mi madre seguían
dormidas, una abrazada con la otra, en estos casi cuatro días de viaje se había fortalecido su relación y habían creado un vínculo, uno del que yo dudo que jamás tuviera con nadie.
Me levanté del todo, y recogí todo lo que se podía recoger y prepare un poco de carne para asarla al fuego y desayunarla antes de seguir. La verdad es que comía mas rico ahora que estaba de nómada que cuando vivíamos en la casa.
Estuvimos casi una semana más de viaje, intenté hablar un par de veces mas con Fidela, pero era imposible siempre nos acabábamos gritando y peleando.  Esperaba que se le pasara la pronto, comprendía que le hiciese daño, y que estuviese enfadada, pero no había sido culpa mía y empezaba a ver un poco exagerado ya este mal estar que había entre las dos.
Habíamos pasado no más que dos pueblos cuando dimos con el que mi padre consideraba como “ideal”. Tenía mar, y lo mas importante un par de casas vacías, una taberna, y nadie nos conocía. Mi padre había decidido quedarse ahí, ya que al bar le faltaban unas cuantas mesas de maderas y el carpintero del pueblo estaba algo mayor para hacerlas.
El tabernero pacto con mi padre que le daría estancia gratis mientras estuviera trabajando con los muebles, y si le gustaba como quedaban, tendría que dejarnos o a Fidela o a mi trabajando
para él para poder seguir viviendo en la casa.
Nuestra nueva choza estaba justo en frente del bar, no era muy grande, ni tampoco tenía escaleras pero habia cuatro habitaciones, lo cual nos permitía tener nuestra propia habitación.
Decidimos que iba a ser yo quien trabajara para Luciano, el dueño de la taberna, y así Fidela podía quedarse en casa para aprender todas las tareas de la casa que no había aprendido en sus casi 20 años de edad, deberían darse prisa, por que pronto saldría algún pretendiente para mi hermana.
Mientras mi padre estaba ocupado en la carpintería, yo frecuentaba la taberna para aprender un par de cosas… como servir una cerveza, cuanto costaba cada cosa, y lo mas importante, aprender a hacer algunas reglas matemáticas simples, para así poder controlar bien el dinero que entraba y salía de la lata de cambio. La verdad es que estaba todo un poco cambiado, y la situación, para mi desgracia, era mas favorable para mi, cosa que hizo que incrementara el cabreo de mi hermana. Luciano era muy amable conmigo, tenía paciencia, y sabia como enseñarme. Yo era muy cabezona y con la cabeza duro, pobre señor… Si yo fuera quien tuviera que enseñarme ya me habría tirado por la ventana hace tiempo.
No habían masado apenas tres semanas desde que estábamos ahí, pero yo ya me sentía totalmente integrada, parecía que hiciera una eternidad que estaba ahí, apenas me acordaba de mi antigua vida, pero sin embargo, ni Dago ni su medio beso salían de mi cabeza…
Poco a poco iba mejorando, y ya casi casi me consideraba una tabernera. Luciano me había dicho que pronto llegaría su sobrino Isidoro para ayudarles en el bar. No le daba mucha importancia, ya que en mi cabeza solo exisitian tres cosas: Dago, como arreglar la relación con mi hermana y como aprender a contabilizar bien el dinero. La verdad es que todo eso me gustaba y me ayudaba a mantenerme activa.
Una mañana me desperté sudada. Había tenido una pesadilla. En decir verdad no se trataba de un malsueño, pero para mi era horrible. ¿Cómo podía soñar que Fidela y Dago se besaban? No quería pensar en eso, aun que tenia que reconocer que había una parte del sueño que si me había gustado. Por que le había ayudado a recordar el contacto de su labio contra el suyo. Cerré los ojos intentando volver a sentirlo tan profundo e intenso pero no pude, su recuerdo se estaba desvaneciendo, tenia que quitármelo de la cabeza. Jamás volvería a vero y eso me mataba.
Me vestí y fui a la cocina, esperando a que Fidela pusiera sus huevos quemados encima de la mesa para desayunar. La pobre no se aclaria mucho con las cosas de la casa y para ella cocinar era todo un reto. Aun que sabia que no me miraría, le dediqué una sonrisa intentando poner buena cara mientras me trabajaba eso de tragar de prisa esos huevos que sabían tan horriblemente.
Como cada día salí de la casa para cruzar la calle, cualquiera que me viera pensaría que solo soy una borrachina que se iba a la taberna, pero ¿Quién podía pensar en que una mujer es una borracha? Eso es prácticamente imposible, como no podemos ni beber… Estuve limpiando un poco. Al principio se notaba que no había habido ninguna hembra por ese tugurio desde hacia eones, ahora, ya empezaba a parecerse mas a un lugar agradable, y limpio.
Estaba fregando el suelo, arrodillada con un trapo en la mano, pensando en como podía ensuciarse tanto un suelo, cuando entro un joven por la taberna del bar, no me vio, por que estaba escondida
detrás de una mesa. No le vi la cara pero había algo en él, no sabia lo que era.
Se sentó en la barra del bar, como hacen la gran mayoría de los clientes, seguramente esperando a que saliese Luciano para pedirle alguna cosa que beber. Al levantar la cabeza, reconocí ese posado, vi que el chico tenia un espeso cabello negro… Se me hizo un nudo en la garganta. Se me cayó el trapo de las manos, pero me daba igual, en mi cabeza había una batalla interna. ¿Sería él? ¿Era Dago? Hice acopio de valor y lo llamé.
- ¿Dago?



CONTINUARA...

martes, 31 de marzo de 2015

Nícanora (parte I)

Corrían mediados de enero, el frio se colaba por las rendijas de las finas paredes que compartía con Fidela mi hermana mayor. Mis dientes tintineaban como los martillos de las pequeñas hadas que siempre salían en los cuentos de Fidela. No podía dormir, asi que la miraba a ella y la pequeña nube blanca de vaho que salía de su boca al respirar profundamente dormida.
Ella era la favorita de nuestros padres, siempre con el libro en la mano, le encantaba leer y estudiar, al contrario yo, que lo encontraba aburrido.
Ella era delgada como un palillo, alta, pero con un cuerpo plano. El problema era que estaba creciendo y que con sus 20 primaveras recién cumplidas sus pechos y su figura femenina estaba empezando a salir y a darle la bonita forma de un cuerpo de mujer, ella ya tendría que estar casada, o al contrario, como todo el mundo creía, tendría que haber encontrado ya una mujer.
Cuando Fidela apenas tenía un año de edad, ya demostraba tener una inteligencia muy desarrollada para su edad, así que mis padres, tras estar semanas y semanas debatiendo decidieron que su hija pasaría a llamarse Fidel. Le cortaron el pelo y mi madre le tejió ropa de niño. La educaron como si fuera un niño, pensando que así cuando creciera podría entrar en la escuela y estudiar, a diferencia del resto de las niñas.
Yo la envidaba, pero en cierto modo, ya que podía acompañar a mi padre al taller, y el le enseñaba carpintería, podía ir a estudiar, -cosa que no envidiaba demasiado- ella podía salir a jugar con los niños en la calle, mancharse de barro, , mientras que yo debía quedarme en casa aprendiendo las labores del hogar con mi madre, pero que hacia ella en lugar de eso? quedarse en casa, libro en mano y su vista perdida en las miles y miles de letras que habían en sus dichosos libros.
Me acuerdo perfectamente de un día, que con unos cinco añitos me escapé yo y vestidito a jugar a la calle. Reí, me revolqué por el suelo cual cerdo en su amada bazofia, rompí las medias, los zapatos y el bonito dobladillo que tanto tiempo había invertido mi abuela en cosérmelo al borde de la faldita. Ese día me lo pase como nunca incluso conocí a Dagomar, el que después en la escuela se convirtió en el compañero de mi hermana. Aun que cuando llegue a
casa la paliza que me dieron fue increíble, recuerdo que cuando me lavaba me preguntaba a mí misma que si los moratones me los había hecho jugando o si eran de la paliza que me habían dado.
A Dagomar yo siempre le había llamado Dago, me parecía más corto y más amigable. Él no era demasiado listo, y era un par de años más pequeño que mi hermana, pero uno más grande que yo, aunque por el simple hecho de ser chico podía ir a la escuela. Sus padres siempre intentaron que estudiase que se convirtiera en un gran médico y saliese de la ciudad, y como mi hermana es una empollona, pretendieron que se juntaran y que le influenciara.
De repente me sobresaltó un ruido en la ventana, había sonado hueco, así que supuse que sería Dago.
- ¡Nica, baja, soy yo!
Abrí la ventana y ahí estaba el abundante pelo negro de mi amigo, con la cabeza levantada y una hogaza de pan en la mano.
- ¿Qué haces con tan poca ropa con el frio que hace?
- ¡Qué más da! Baja, que quiero compartir esto contigo…
Le saque la lengua de forma burlona, y me dispuse a bajar las escaleras sin hacer ruido para no despertar a mis padres, pero no sin antes coger el chaquetón de Fidela para prestárselo a Dago.
Cuando llegue a la calle no lo vi por ningún lado, supuse que se habría subido al árbol que hay detrás de la casa, nuestro árbol.
Me fui en esa dirección, cuando llegue levanté la mirada y distinguí ese pelo lacio y negro que salía del cabezote de Dago. Subí con cuidado, ya que la falda no me permitía moverme mucho, como las odiaba… Y como envidiaba a Fidela, a Fidela y sus pantalones sobretodo…
- ¿De dónde lo has robado? - Le pregunté mientras le cogía el pan de la mano una vez ya subida al árbol.
- ¿A ti que te importa? ¡Come y calla Nicanora!
Lo miré con una mirada cual asesina mientras intentaba partir a partes iguales ese pan. Como siempre me quedo una parte más grande, así que se la di a él, junto con la chaqueta de quien él creía que era Fidel. Me resultaba extraño que todavía no se hubiese dado cuenta…
- Tu hermano es un plasta eh… Todo el día con el libro en la mano, yo no recuerdo ni una vez que haya salido a jugar de pequeño, sin embargo recuerdo como tú siempre te escapabas, para mí que tú eres un chico y ella una chica – dijo mientras le daba un mordisco a su caho de pan.
A mi se me hizo un nudo en la garganta, ¿lo sabría ya? Empezaron a temblarme las manos.
- Yo soy una chica… - dije escondiendo mis manos en la falda para que no se notase…
- Lo se tontona... ¿Tienes frio?
- No, no, estoy bien, tan solo algo nerviosa… Ya sabes... es por lo que hemos hablado muchas veces.
- ¿Por lo de que tus padres te quieren casar, se han decidido ya por quién?
- Mañana, viene el hijo del herrero, quieren juntarme con el…
- Va... ¿Con ese? Pero si es un cerdo, siempre va mirando las partes femeninas a todas...
- Como si tú no lo hicieras... – le dije riéndome y empujándolo un poco.
- Ya bueno, pero yo no soy tan exagerado y para mi tampoco es una obsesión.
Le sonreí con la mirada baja, intentando discernir en la noche el sócalo de nuestro olivo, noté como el me miraba, e intente esconder todos mis sentimientos, para mí, intentando que no se preocupe.
- Estaba bueno el pan…
- Me alegro, y oye no te preocupes, si no te quieres casar con él, pues no te cases.
- Como si fuera tan fácil… - entorné los ojos, y note como se acercaba a mi para pasar sus brazos en mi hombro, me estremecí un poco, en los 12 años que hacía que lo conocía era la primera vez que hacía algo así, pero me gustó.
Empecé a sentir remordimiento, por mucha envidia que le tuviera a Fidela, no desearía estar en su situación, estar enamorada de Dago, sabiendo que él pensaba que se trataba de una chico. Me gustaba lo que hacía, ¿pero, sentía yo lo mismo que él?
- Debe de ser muy tarde, que tal si mañana a la noche, nos volvemos a ver aquí y te cuento que tal me fue con el cerdo ese?
- Perfecto, y traeré otra hogaza de pan – me guiñó el ojo y saltó del árbol.
Me quedé un poco más pensando en como íbamos a esconder lo de Fidela, en Dago, y en el hijo del herrero.
Cuando decidí volver a mi casa, vi que él había dejado el chaquetón en el pomo de la puerta, lo cogí y me lo puse subiendo las escaleras, mi hermana estaba despierta, sentada en la cama esperándome, no podía decirle que había estado con Dago, así que me limité a sacarme los dos chaquetones y a meterme entre las sabanas procurando que mis pies fríos no la tocases a ella.
- ¿De dónde vienes?
- Me fui a pasear, no podía dormir.
- ¿És por lo de mañana?
- Si.
- Tranquila, mas difícil lo tengo yo… quisiera casarme con Dago pero no se como hacer-lo…- su voz sonaba rota.
- Lo siento. – dije mientras me daba la vuelta y me tapaba la cabeza para intentar dormir. Sabia que ella seguía hablando pero simplemente no la escuchaba, tan solo pensaba en el contacto del brazo de Dago por encima de mis hombros.
No se si fue la luz o el frio lo que me despert´, como siempre Fidela se había quedado con toda la manta y yo terminaba acurrucada en una punta de la cama.
Me levanté y me puse el delantal, otro día más igual que el anterior e igual que el siguiente, habíamos vendido un par de sillas por una cantidad enorme de huevos, pasta i harina, así que teníamos huevos de sobra, hice un revuelto de huevos para cuando se levantasen los “chicos de la casa” mientras mi madre se dedicaba a lavar la ropa llena de virutas de madera que mi padre siempre traía del trabajo.
Noté como mi padre se sentaba en la mesa detrás de mí y Fidela entró unos minutos después con su libro en la mano cómo no, serví la mesa y esperamos a que mi madre llegase de lavar la ropa para empezar a desayunar. Pasaron unos minutos sin que nadie hablara, el silencio que predominaba en la cocina era triste, e incómodo.
- ¿Qué vamos a hacer? – dijo Fidela removiendo su tenedor entre los huevos ya casi fríos de su plato, todos sabíamos que se refería a su situación de asexualidad.
- Irnos – dije con la mirada perdida, todavía sintiendo los brazos de Dago en mis hombros.
- No, hablo enserio – Respondió mi hermana con pasotismo.
- Y enserio hablo yo, no hace falta que los demás sepan si eres un chico o una chica, nos vamos del lugar y cuando lleguemos al nuevo sitio te presentas como una chica, nadie tiene por que saberlo.
En la mesa volvió a producirse ese mismo silencio tan horrendo y que tanto me molestaba.
Cuando casi habíamos acabado mi padre, Ambrosio, un hombre con una larguísima barba medio blanca y negra, siempre llena de virutas de madera, por fin se decidió a hablar.
- ¿ Dónde propones irnos Nicanora? És una buena idea, si todos estamos conformes en una semana nos iremos ¿Si?
A mi madre se le entristecieron los ojos, yo sabía que no quería irse pero por miedo a mi padre no diría nada y aceptaría, Fidela estaba pensativa, evaluando la situación, dentro de su cabeza parecía haber una batalla mental, conozco bien a mi hermana, sabía que la idea le entusiasmaba, pero en el centro de su cabeza solo se encontraba Dago.
- Lejos – contesté – o cerca da igual, un lugar donde no nos conozcan, cojamos nuestro carreta y a los caballos y vámonos..
- Iré a decírselo a Dago y a mis amigos – dijo Fidela levantándose y dejando el plato sobre la encimera.
- Yo, debería ir empaquetando cosas – dijo mi madre con una pasividad impoluta, tanto que hasta me asusté…
Lavé los platos y estuve haciendo tareas hasta que se hizo de noche, cuando me aseguré que todos dormían – tengo que reconocer que pensé que mi hermana no se dormiría en toda la noche – salí cogiendo el chaquetón de Fidela, sabiendo que Dago no llevaría el suyo.
Cuando llegue al olivo, vi que él no estaba, supuse que ya se habría marchado, pero aun así subí, quería aprovechar lo máximo de ese lugar, me acomode en mi rama y me quede allí lo que creo que fue más o menos una hora, hasta que vi a Dago, se subió al árbol, desgreñado, había muy poca luz, pero la suficiente como para saber que había estado llorando.
- No te vayas, porfabor.
- Tenemos que irnos Dago.
- ¿Por qué? Dime por qué, tu hermano no fue capaz de decírmelo.
- Es… es importante…
Vi como una lagrima empezaba a caérsele de nuevo y lo único que fue capaz de hacer fue darle el chaquetón de mi hermana. Lo cogió y su mano rozó con la mia.
- Nica…
- Lo siento Dago…
- ¿Dime al menos como te fue con don Cerdo.
Me salió una pequeña sonrisa.
- No vino, como nos vamos, mi padre pensó que no hacía falta, ¿trajiste el pan que me prometiste a noche?
- Si, lo traje – se lo sacó de un bolsillo y me lo dio, yo iba a partirlo cuando él me interrumpió con una mano encima de la mía – no, es para ti, te lo regalo, es mi regalo de despedida.
Le sonreí, y le di igualmente la otra mitad.
- Si es mi regalo, puedo hacer con él lo que quiera y quiero darte la mitad.
- Gracias Nicanora.
Se quedó quieto y callado comiendo el pan, mirándome de tanto en tanto. Yo me comía mi cacho, pensando y deseando que volviese a hacer lo que ayer, pasar su brazo sobre mis hombros, pero como no lo hacia esta vez fui yo quien se acurrucó contra él. Noté como se ponía rígido, pero enseguida se relajó y apoyó su cabeza en la mía, estuvimos así un buen rato, sin decir nada, hasta que se hizo tarde y los dos decidimos irnos a casa sin hablar el uno con el otro. Los siguientes días fueron un martirio, estaba rendida, rota, de despedirme de la gente, hacer el equipaje, limpiando la casa, pero aun así, cada noche iba a reunirme con Dago en nuestro olivo. Era como nuestro pequeño secreto, nuestro árbol, nuestro pan, su brazo en mis hombros, y ni una palabra. Cada vez me gustaba más eso de estar con él, aun que sentía remordimiento por Fidela, porque sabía que ella estaba enamorada de él, y yo creía que estaba empezando a sentir algo por él. Cada vez que pasaba por el lado de mi hermana me estremecía, pero tenía la ilusión de pensar que cuando nos iríamos esa sensación desaparecería, que yo no haría más falta pensar si esconder lo de Fidela, o si pensar en Dago, pensar que ya no me acordaría de él, y así no me haría daño a mí misma ni a mi hermana.
Él dia en que nos íbamos llegó más rápido de lo creía, cada vez estaba más asustada por lo nuevo que tenia venir, por saber que echaría mas de menos a Dago de lo que creía.
Teníamos todas las carretas montadas, los caballos listos, y ya íbamos a irnos cuando de repente vi a Dago venir corriendo, pensé que quería despedirse de nosotros, primero fue hacia mi hermana, y le dio un abrazo, pero cuando vino hacia mí me beso, y me encantó, pero antes de poder devolverse-lo, salió corriendo, me lo quede mirando hasta que ya no vi más su cuerpo. Al girar la cabeza, vi la mirada fría y llena de odio de Fidela.

CONTINUARÁ...

martes, 13 de enero de 2015

Cuento Macabro

El alumno estaba sentado en su pupitre. Pies apoyados en el suelo, espalda recta. A diferencia del resto de los alumnos, su mirada estaba fija en la profesara, sus oídos estaban atentos a cada una de sus palabras, su mano revoloteaba de izquierda a derecha sobre el papel intentando no dejar escapar ninguno de los contenidos de la clase. Él, alumno de matrícula seguía las clases de forma impoluta, mientras sus compañeros esperaban con cierto alboroto un trabajo escrito, más bien una redacción, esa maestra tenía por costumbre mandar una por semana. Finalmente, para alegría de los demás, llegó el momento en que la profesora dijo:
-          Muy bien chicos, voy a daros las redacciones.
Por toda la clase escuchaban alaridos de alegría, y alguna que otra chica estaba apretando con fuerza la mano de su amiga, rezando sin creer en dios, por haber sacado una buena nota.
Él era el único que no estaba impaciente, como siempre, sabía que su nota sería de 10. Su apellido era Zamora, por lo tanto sería el último en recibir su trabajo, pero no le importaba, en primer lugar por respeto a sus compañeros, él se alegraba de que ellos estuvieran contentos y dos, ¿para qué esperarla, si ya sabía cuál sería el resultado?
Esperaba, volviendo a ordenar su mesa perfecta, releyendo los apuntes y añadiendo cosas que él ya sabía, aunque no estuviesen dichas en clase.  
Cuando la maestra se acercó i dejo el papel en su mesa, él fue a guardar-la sin mirar-la si quiera, pero en el último segundo, se dio cuenta de que los números enormes i rojos en la esquina derecha de la hoja ocupaban más sitio del normal.
“9’99”
Incrédulo, repaso toda la hoja, en busca de ese error hasta que lo vio en el principio:
“ Don Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Ruiz y Picasso nació en Málaga España”
No había puesto una mísera coma. No podía ser, no se lo creía, para él, eso era una mancha en su expediente, una grande y horrible mancha negra.
Noto como por dentro le crecía la ira, aunque en su cara no reflejaba emoción alguna. Esperó a que la maestra mandara la siguiente redacción para recoger las cosas e irse a su casa, para hacer los deberes y sobretodo llevar a cabo su plan vengativo que apenas había tardado dos segundos en maquinar.
Sentado en la silla gris de su habitación empezó con la redacción. Sabía que la profesora era muy orgullosa y reto que se le proponía, ella tenía que lograrlo”. Se puso a escribir sobre los mercados de los pueblos, tal y como en clase se la habían pedido. La termino rápido, así que se puso a hacer el resto de deberes mandados ese día.
 A la mañana siguiente, como siempre, fue el primero en entregar la redacción a la profesora, pero esta vez antes de dársela le dijo:
-           ¿Podrías esperar a tener-las todas y leer la mía la última por favor?
Ella, un poco extrañada asintió, sus redacciones siempre eran las más buenas, así que no le importaba dejar la de mejor gusto para el final.
Dos días después, ya estaban todas las redacciones entregadas, así que en llegar a su casa se sentó en la mesita de su pintoresco despacho, adornado con cuadros florales y figuritas fantásticas empezó a corregir las redacciones una por una, haciendo caso del deseo de su alumno.
Cuando cogió ya por fin el papel, de su pupilo vio, que en la parte superior derecha de la hoja, lógicamente, y como siempre se encontraba con una perfecta caligrafía el nombre de ese alumno de matrícula,  pero en el lado superior izquierda había algo insólito:
“léalo con voz alta, le ayudara a entender-lo mejor y lo más importante, sin detener-se por favor”
 La profesora, encantada, aceptó el reto, y empezó a leer la redacción:
“En los mercados de pueblos solemos encontrar distintos tipos de tenderete con sus productos, los cuales vamos a poder ver a continuación:

Verdulería:
Arándano Frambuesa Fresa Grosella espinosa Grosella negra Grosella roja Zarzamora Limón Mandarina Naranja Pomelo Melón Sandía Aguacate Carambola Coco Chirimoya Dátil Fruta de la pasión Kiwi Litchi Mango Papaya Piña Plátano Albaricoque Cereza Ciruela Higo Kaki Manzana Melocotón Nectarina Níspero Pera Uva Almendra Avellana Cacahuete Castaña Nuez Pacana Nuez Pecán Pistacho Lechuga Nabo Pepino Pimiento Puerro Rábano Remolacha Setas  Tomate  Zanahoria Acelga ...

Pescaderia:
Anchoa  boquerón  bocarte Anguila Atún  bonito del Norte  Arenque Bacalao en salazón  Caballa Cazón Chicharro Congrio Jurel o chicharro común Lamprea Lubina Palometa o palometa negra Pez espada o albacora Rodaballo Salmón Salmonete Sardina Trucha..."

               Hay que hacer un inciso muy importante,  la redacción era mucho más larga, En ella no se encontraba ni una coma que dejara paso a la respiración. Se trataba de un verdadero plan perverso. El alumno conociendo bien a su maestra, sabía que al retar-la, ella seguiria leyendo hasta al final, sin parar, con voz alta, consiguiendo asi  llebar a cabo su plan macabro. Debido a la cebezoneria, ella ya no volvería a ponerle jamas un 9,99, ya que, tal y como el la sentencio, murió por falta de aire. Tal y como su asesino sabia, ella insistio en leer con voz alta y sin parar en  toda la larga redacción. Aun que el se sentia realmente feliz y realizado, ya no solo por haber matado a su maestra de una forma muy vengativa, si no, por que al pedir que el suyo fuera el último en corregirse,se aseguro que la resta de sus compañeros tubieron las notas de sus dichosas redacciones.


FIN