sábado, 1 de agosto de 2015

Nicanora (parte III)

Me lo quedé mirando. No hacía ni dos minutos que ese chico había entrado por la puerta y ya había revolucionado todas mis hormonas. Seguía sentado de espaldas a mí y yo como una ilusa esperando a que se girara… esperando a ver si mi corazón estallaba de alegría o simplemente desaparecía en la tortuosa desesperación de volver a ver Dago. No me miraba, no se giraba. Finalmente me di cuenta de que no me había oído. Mi voz había quebrado. Cerré los ojos y respirando con fuerza me levanté y me acerqué a él. Su mano estaba jugando con un saquito y por el ruido que tintineaba de él supuse que sería dinero. Cuando ya estaba detrás suyo le toqué la espalda y se giró.
            Era él. Aunque había algo distinto, el corazón me dio un vuelco. Sus ojos estaban ausentes, su cara inexpresiva, sus rasgos eran distintos. ¿Sabéis cuando os miráis al espejo, y os veis igual pero distintos a la vez? Pues eso mismo. Volví a pronunciar su nombre y como respuesta obtuve una sonrisa. Una horrible y perturbadora sonrisa. No tenía dientes. Tenía la boca ensangrentada y su voz sonaba más grave de lo normal.
-          Bésame – y empezó a reír – tenemos que terminar ese beso, si no lo quieres se lo daré a tu hermana…
Su voz sonaba juguetona, pero de la forma más horrible de la que te puedas imaginar. Su risa cada vez crecía hasta convertirse en una carcajada.
-          ¿Qué te pasa? – Me estaba asustando mucho. Nunca le había visto así.
-          Sí, Nicanora, sé lo de tu hermana, sé que es una chica. Y tú eras mi plan B, te besé a ti para poder acercarme a ella. ¿Quieres que te bese o no? Por cierto, tengo un regalo para ti.
            Empecé a retroceder y él se dio cuenta. Alargó su mano y me cogió del brazo. Estaba frío y su piel era más seca de lo que recordaba, su tacto era igual al de la madera sin lijar. Vació el saquito con el que estaba jugando en mi mano. No era dinero, eran dientes. Vomité del asco. Sus carcajadas resonaban en mi cabeza y esta me empezaba a doler. Tenía miedo… estaba aterrada.
-          ¿Qué te pasa Nicanora? – Esta vez la voz que salía de su boca era de mi hermana.
            Sus manos me cogieron del hombro y empezaron a sacudirme, empecé a gritar e intentaba huir, pero sus manos se aferraban fuertes a mí. Tenía una cara diabólica. De repente sentí como si mi corazón estallara y abrí los ojos.
            La cara de mi hermana estaba a un palmo de la mía, parecía preocupada.
-          ¿Estás bien? Me habías asustado. No podía dormir e iba a la cocina a por un poco de agua, pero creo que eres tu quien la necesita. Te oí gritar.
            Me incorporé en la cama. Estaba sudada y el corazón me latía a mil por hora. Me tiré a los brazos de Fidela y me eché a llorar. Noté como se ponía tensa y cuando ya me iba a separar por vergüenza sentí como cedía y me abrazaba con más fuerza que nunca.
-          He tenido una pesadilla.
-          Lo se Nica, siento haberme portado tan mal contigo. Mi ego pudo conmigo. ¿Qué soñaste?
            Apreté la mejilla en su hombro mientras pensaba en alguna mentira. Ahora que parecía que me había reconciliado con ella no podía contarle lo que soñé.
-          No te preocupes, yo tampoco me habría dejado besar. Me habría apartado. Pues soñé que nos despeñábamos con la carreta por un barranco y me quedaba sola.
-          No estás sola, estoy contigo y lo estaré siempre. -  Empezó a acariciarme el pelo. Teníamos un pelo muy distinto el uno de la otra. El de ella era claro y empezaba a parecer ondulado ahora que se lo dejaba crecer. El mío negro y liso. Sus ojos castaños, mis ojos verdes, su estatura alta, mi estatura baja, sus facciones más finas… Ella era más guapa que yo. La verdad es que ahora que lo analizaba, sí que se parecía a un chico. Pero un poco afeminado. Se  me escapó una risita. - ¿De qué te ríes si se puede saber?
-          Nada, que estaba pensando que eres muy guapa, y que parcias un chico afeminado. Creo que si nos hubiésemos quedado en el pueblo, te hubiesen desterrado por desviado.
Las dos no echamos a reír.
-          Fidela, ¿Te quedas a dormir conmigo?  Te echo de menos.
-          Claro que si fea. Anda hazme sitio.
            Me moví. La cama no era tan grande como la que habíamos compartido en nuestra casa de antes pero cabíamos las dos si nos apretujábamos un poco. La verdad es que nos habíamos hecho mayores. Ella con 20 y yo con 17, ya hacía tiempo que éramos las dos unas mujeres echas y derechas. Me apoyé en su pecho y dejé que siguiera acariciándome el pelo, como cuando era pequeña y tenía miedo de las noches de tormenta. Me gustaba tanto... No tardé en quedarme dormida, por suerte no tuve más pesadillas.
            A la mañana siguiente me desperté en el suelo. Como siempre, Fidela había ocupado toda la cama y se había apoderado de la manta. Me levanté y  la miré sonriendo. Echaba de menos dormir con mi hermana.
            Por un momento pensé en irme al otro lado de la cama y seguir durmiendo, pero tenía que bajar a la taberna. Me vestí con el traje que me había echo mi madre y me fui dejando a Fidela dormida en mi cama.
             Luciano me estaba esperando como siempre, tomándose una cerveza y con una montaña de cacharros para lavar. Siendo sincera no lograba entender cómo se las había apañado todos estos años atrás para llevar el bar. Era temprano y todavía no había salido el sol. El lugar estaba vacío. Me puse a lavarlo todo y a preparar las perdices que nos había traído José, el cazador. Todas las mañanas nos traía parte de sus presas, pero yo no conseguía verle nunca por más pronto que viniese. Si no fuese porque no creía en eso, pensaría que Luciano las trae por arte de magia.
            La mañana iba bien, como cualquier otra. A mediodía la taberna estaba llena de hombres bebiendo y comiendo. Estaba a rebosar así que Luciano me permitía salir de la barra para ayudarle en la faena de camarera. En uno de los momentos que salí, me acerqué a una mesa a llevarle lo que creo que era su decimoquinta cerveza a un señor. Como era de esperar sus reflejos no estaban en su óptimo estado y cuando fue a coger la jarra que tenía en mi mano, sus manos fueron a parar a mis pechos. Me aparté e hice ver que no había pasado nada porque iba muy bebido, pero cuando me di la vuelta para volver a la barra, su mano se metió por debajo de mi falda y se posó en todo mi culo. Me di la vuelta para darle una bofetada, pero sorprendiéndome por su estado de embriaguez, fue más rápido que yo y me cogió de las muñecas echándome contra la mesa. Empecé a gritar y a removerme, a suplicar que me soltara pero como resultado, me cogió con más fuerza. Grité pidiendo ayuda, pero el resto de hombres de la taberna en lugar de ayudarme se reían cada vez más. Cuando quise darme cuenta, su mano estaba en mi cintura, y su boca, que por cierto apestaba, estaba a unos pocos milímetros de mí y pasó toda su lengua por todo mi cuello. Seguí gritando intentando darle una patada pero no le alcanzaba. Cerré los ojos. Me esperaba lo peor y sin querer evitarlo empecé a llorar. De repente oí un golpe y la fuerza sobre mis manos cesó. Abrí los ojos. Un muchacho unos cuantos años mayor que yo estaba encima del borracho propinándole una paliza. El resto de los borrachos del bar empezaron a reír aún más y aplaudían como focas en un circo.
-        ¡Isidoro! Para por favor – Luciano había cogido al chaval por el hombro e intentaba separarlo de mi abusador - ¿No ves que vas a hacerle daño?
            Sin embargo de su boca solo salió un:
-        ¡Cabrón! ¿No ves que la señorita no quería nada contigo?
Me arreglé la falda e intenté quitarme las lágrimas antes de ayudar al jefe a apartar a ese chico.
-        ¡Para por favor! No tiene sentido que sigas pegándole. - Esta vez las palabras salieron de mi garganta.
            El muchacho paró y se me quedó mirando como si le hubiese tirado un jarro de agua helada por encima. Se separó y salió del local. Iba a seguirle porque en ese momento caí en que no le había dado las gracias pero Luciano me paró y negó con la cabeza.
-        Espérate unos minutos, es muy impulsivo y no creo que salir ahora sea una buena idea. Le conozco bien créeme.
            Me quedé mirándolo y entonces recapacité. ¡Isidoro! Era su sobrino, el que llevábamos unos meses esperando. Me puse roja de vergüenza. Vaya recibimiento le había dado...
-        I tú, fuera de mi taberna, no quiero volver a verte por aquí nunca más. A mi personal hay que tratarlo con respeto. - y esta vez fue Luciano quien le dio un tortazo a mi abusador.
            Me quedé helada... En dos segundos se había vuelto a armar una guerra de golpizas ¿Qué les pasaba a los hombres con la impulsividad? Me acerqué e intenté separarlo. Al final, otro señor me ayudó y acompañó al borracho a fuera.
-        No tenías por qué haber hecho eso, gracias por defenderme.
-        No me des las gracias Nicanora, es lo que le dije a él, a mi personal hay que tratarle con respeto. A ver si se acuerda ahora de no ir molestando a la gente por aquí.
            Me dediqué a sonreír-le porque no tenía palabras que decirle. Fui hacia la barra y cogí dos jarras con la esperanza de que estuvieran lo bastante heladas como para atenuar el dolor de los golpes y le di una a Luciano. Salí con la otra en busca de mi primer salvador. No tardé mucho en encontrarlo. Estaba sentado en el suelo con la espalda apoyada en la pared y una pierna doblada. Estaba fumando. Me senté a su lado, le ofrecí la jarra y le sonreí. Él la aceptó. Al principio parecía serio, pero enseguida me sonrió.
-        Perdona, no quería irme así.
-        No, perdóname tu a mí, debería haberte pedido disculpas.
-        ¿Estás aquí pidiéndomelas no?
-        Sí.
-        ¿Entonces, de que te preocupas? ¿Quieres? - Me acercó eso que estaba fumando y al inhalar su humó empecé a toser y él se rio – Sí, suele pasar al principio. - y volvió a dar una calada.
-        Mi padre fuma pipa.
-        ¿Esto es lo que se te ocurre decir? Eres muy original...
-        Nica, bueno Nicanora. ¿Qué hacías en una taberna como esta Nicanora?
-        Trabajo aquí. Luciano, bueno, tu tío, me dio trabajo y la casa de enfrente para vivir, ahora vivo ahí con mi familia. - El muchacho no dijo nada, estaba callado y pensativo - ¿Te duele mucho?
-        No, no demasiado.
-        Bueno, me alegro.
            En esos momentos, pasó Fidela por delante con una gran cesta llena de ropa, supongo que había ido a lavarla.
-        ¡Nica! ¿Que diantres haces aquí?
-        Nada, es que hubo un problema en la taberna… en casa te lo cuento. Este es Isidoro, el sobrino de Luciano.
-        ¿Cómo sabes mi nombre? Todavía no te lo he dicho.
-        Tu tío me ha habado mucho de ti.
-        Mmm... tiene sentido – y se rio.
-        No deberías estar así sentada con un chico ¿qué va a pensar la gente de ti?
-        Tienes razón hermana. - me levanté y sacudí un poco la falda.
-        ¿Esa es tu hermana? - el joven parecía intrigado por ella.
-        Sí, bueno, yo voy dentro porque hay mucha faena. Solo salí a darte las gracias. Gracias por todo de nuevo.
Me fui enseguida para dentro pero justo antes de entrar vi como Isidoro le ponía la mano al culo a Fidela. Y ella se reía. Iba a volver para averiguar que pasaba, pero justo en ese momento Luciano me vio y me cogió asegurándome que había mucho trabajo por hacer.
-        ¿Has hablado con él?
-        Si, se quedó fuera fumando.
-        Siempre fumando... no entiendo a este muchacho, pero bueno, ya entrara cuando quiera. ¿Sigues con ánimo de seguir trabajando?
-        Sí – asentí con una sonrisa fingida.
-        Así me gusta Nica.
            Seguí trabajando durante todo el día, sin descanso. A la noche, cuando llegué a casa vi a mi hermana que estaba tejiendo una manta o al menos lo intentaba.
-        Fidela, hazme un favor por favor ¿me puedes prestar unos pantalones tuyos para ir a trabajar mañana?
-        Sí... ¿pero por qué?
-        Pensé que iría más cómoda. - la verdad es que desde lo del incidente del señor borracho se me quitaron las ganas de volver a llevar falda.
-        Está bien.
-        Por cierto, luego cuando termines ven a mi habitación que tengo que hablar contigo.
-        ¿No puedes ahora?
-        No, mejor a mi habitación, no tardes mucho que estoy cansada.
-        Bueno, como quieras.
-        Gracias.
            Cuando llegué a mi cuarto me desnudé y me puse cómoda con mi viejo camisón.
            La verdad es que estaba muy cansada pero me alegraba una barbaridad de poder volver a hablar con Fidela, de haberla recuperado. Siendo sinceros, creí que ya no volvería a hacerlo jamás.
            Me estiré en la cama y me pasé sin querer los dedos por los labios. Otra vez lo había echo. Dago. Le echaba de menos, pero ya no podía hacer nada. Estaba en este pequeño pueblo, Rabida, lejos de él, con un trabajo y con mi hermana de vuelta. Tenía que centrarme en empezar una nueva vida.
            Esperé a mi hermana jugando con un mechón de mi pelo, preguntándome que había pasado con Isidoro... Quería hablar con ella sobre esto, esperaba no quedarme dormida esperándola.
-        ¿De qué quieres hablar Nicanora? - Fidela acababa de entrar por la puerta de mi habitación. En ese momento sucedió. Grité. Salió un profundo grito de terror de mi garganta, ella se acercó a mí corriendo, asustada. - ¿Qué te pasa Nica?



CONTINUARÁ...