Corrían mediados de enero, el frio se colaba por las rendijas de las finas paredes que compartía con Fidela mi hermana mayor. Mis dientes tintineaban como los martillos de las pequeñas hadas que siempre salían en los cuentos de Fidela. No podía dormir, asi que la miraba a ella y la pequeña nube blanca de vaho que salía de su boca al respirar profundamente dormida.
Ella era la favorita de nuestros padres, siempre con el libro en la mano, le encantaba leer y estudiar, al contrario yo, que lo encontraba aburrido.
Ella era delgada como un palillo, alta, pero con un cuerpo plano. El problema era que estaba creciendo y que con sus 20 primaveras recién cumplidas sus pechos y su figura femenina estaba empezando a salir y a darle la bonita forma de un cuerpo de mujer, ella ya tendría que estar casada, o al contrario, como todo el mundo creía, tendría que haber encontrado ya una mujer.
Cuando Fidela apenas tenía un año de edad, ya demostraba tener una inteligencia muy desarrollada para su edad, así que mis padres, tras estar semanas y semanas debatiendo decidieron que su hija pasaría a llamarse Fidel. Le cortaron el pelo y mi madre le tejió ropa de niño. La educaron como si fuera un niño, pensando que así cuando creciera podría entrar en la escuela y estudiar, a diferencia del resto de las niñas.
Yo la envidaba, pero en cierto modo, ya que podía acompañar a mi padre al taller, y el le enseñaba carpintería, podía ir a estudiar, -cosa que no envidiaba demasiado- ella podía salir a jugar con los niños en la calle, mancharse de barro, , mientras que yo debía quedarme en casa aprendiendo las labores del hogar con mi madre, pero que hacia ella en lugar de eso? quedarse en casa, libro en mano y su vista perdida en las miles y miles de letras que habían en sus dichosos libros.
Me acuerdo perfectamente de un día, que con unos cinco añitos me escapé yo y vestidito a jugar a la calle. Reí, me revolqué por el suelo cual cerdo en su amada bazofia, rompí las medias, los zapatos y el bonito dobladillo que tanto tiempo había invertido mi abuela en cosérmelo al borde de la faldita. Ese día me lo pase como nunca incluso conocí a Dagomar, el que después en la escuela se convirtió en el compañero de mi hermana. Aun que cuando llegue a
casa la paliza que me dieron fue increíble, recuerdo que cuando me lavaba me preguntaba a mí misma que si los moratones me los había hecho jugando o si eran de la paliza que me habían dado.
A Dagomar yo siempre le había llamado Dago, me parecía más corto y más amigable. Él no era demasiado listo, y era un par de años más pequeño que mi hermana, pero uno más grande que yo, aunque por el simple hecho de ser chico podía ir a la escuela. Sus padres siempre intentaron que estudiase que se convirtiera en un gran médico y saliese de la ciudad, y como mi hermana es una empollona, pretendieron que se juntaran y que le influenciara.
De repente me sobresaltó un ruido en la ventana, había sonado hueco, así que supuse que sería Dago.
- ¡Nica, baja, soy yo!
Abrí la ventana y ahí estaba el abundante pelo negro de mi amigo, con la cabeza levantada y una hogaza de pan en la mano.
- ¿Qué haces con tan poca ropa con el frio que hace?
- ¡Qué más da! Baja, que quiero compartir esto contigo…
Le saque la lengua de forma burlona, y me dispuse a bajar las escaleras sin hacer ruido para no despertar a mis padres, pero no sin antes coger el chaquetón de Fidela para prestárselo a Dago.
Cuando llegue a la calle no lo vi por ningún lado, supuse que se habría subido al árbol que hay detrás de la casa, nuestro árbol.
Me fui en esa dirección, cuando llegue levanté la mirada y distinguí ese pelo lacio y negro que salía del cabezote de Dago. Subí con cuidado, ya que la falda no me permitía moverme mucho, como las odiaba… Y como envidiaba a Fidela, a Fidela y sus pantalones sobretodo…
- ¿De dónde lo has robado? - Le pregunté mientras le cogía el pan de la mano una vez ya subida al árbol.
- ¿A ti que te importa? ¡Come y calla Nicanora!
Lo miré con una mirada cual asesina mientras intentaba partir a partes iguales ese pan. Como siempre me quedo una parte más grande, así que se la di a él, junto con la chaqueta de quien él creía que era Fidel. Me resultaba extraño que todavía no se hubiese dado cuenta…
- Tu hermano es un plasta eh… Todo el día con el libro en la mano, yo no recuerdo ni una vez que haya salido a jugar de pequeño, sin embargo recuerdo como tú siempre te escapabas, para mí que tú eres un chico y ella una chica – dijo mientras le daba un mordisco a su caho de pan.
A mi se me hizo un nudo en la garganta, ¿lo sabría ya? Empezaron a temblarme las manos.
- Yo soy una chica… - dije escondiendo mis manos en la falda para que no se notase…
- Lo se tontona... ¿Tienes frio?
- No, no, estoy bien, tan solo algo nerviosa… Ya sabes... es por lo que hemos hablado muchas veces.
- ¿Por lo de que tus padres te quieren casar, se han decidido ya por quién?
- Mañana, viene el hijo del herrero, quieren juntarme con el…
- Va... ¿Con ese? Pero si es un cerdo, siempre va mirando las partes femeninas a todas...
- Como si tú no lo hicieras... – le dije riéndome y empujándolo un poco.
- Ya bueno, pero yo no soy tan exagerado y para mi tampoco es una obsesión.
Le sonreí con la mirada baja, intentando discernir en la noche el sócalo de nuestro olivo, noté como el me miraba, e intente esconder todos mis sentimientos, para mí, intentando que no se preocupe.
- Estaba bueno el pan…
- Me alegro, y oye no te preocupes, si no te quieres casar con él, pues no te cases.
- Como si fuera tan fácil… - entorné los ojos, y note como se acercaba a mi para pasar sus brazos en mi hombro, me estremecí un poco, en los 12 años que hacía que lo conocía era la primera vez que hacía algo así, pero me gustó.
Empecé a sentir remordimiento, por mucha envidia que le tuviera a Fidela, no desearía estar en su situación, estar enamorada de Dago, sabiendo que él pensaba que se trataba de una chico. Me gustaba lo que hacía, ¿pero, sentía yo lo mismo que él?
- Debe de ser muy tarde, que tal si mañana a la noche, nos volvemos a ver aquí y te cuento que tal me fue con el cerdo ese?
- Perfecto, y traeré otra hogaza de pan – me guiñó el ojo y saltó del árbol.
Me quedé un poco más pensando en como íbamos a esconder lo de Fidela, en Dago, y en el hijo del herrero.
Cuando decidí volver a mi casa, vi que él había dejado el chaquetón en el pomo de la puerta, lo cogí y me lo puse subiendo las escaleras, mi hermana estaba despierta, sentada en la cama esperándome, no podía decirle que había estado con Dago, así que me limité a sacarme los dos chaquetones y a meterme entre las sabanas procurando que mis pies fríos no la tocases a ella.
- ¿De dónde vienes?
- Me fui a pasear, no podía dormir.
- ¿És por lo de mañana?
- Si.
- Tranquila, mas difícil lo tengo yo… quisiera casarme con Dago pero no se como hacer-lo…- su voz sonaba rota.
- Lo siento. – dije mientras me daba la vuelta y me tapaba la cabeza para intentar dormir. Sabia que ella seguía hablando pero simplemente no la escuchaba, tan solo pensaba en el contacto del brazo de Dago por encima de mis hombros.
No se si fue la luz o el frio lo que me despert´, como siempre Fidela se había quedado con toda la manta y yo terminaba acurrucada en una punta de la cama.
Me levanté y me puse el delantal, otro día más igual que el anterior e igual que el siguiente, habíamos vendido un par de sillas por una cantidad enorme de huevos, pasta i harina, así que teníamos huevos de sobra, hice un revuelto de huevos para cuando se levantasen los “chicos de la casa” mientras mi madre se dedicaba a lavar la ropa llena de virutas de madera que mi padre siempre traía del trabajo.
Noté como mi padre se sentaba en la mesa detrás de mí y Fidela entró unos minutos después con su libro en la mano cómo no, serví la mesa y esperamos a que mi madre llegase de lavar la ropa para empezar a desayunar. Pasaron unos minutos sin que nadie hablara, el silencio que predominaba en la cocina era triste, e incómodo.
- ¿Qué vamos a hacer? – dijo Fidela removiendo su tenedor entre los huevos ya casi fríos de su plato, todos sabíamos que se refería a su situación de asexualidad.
- Irnos – dije con la mirada perdida, todavía sintiendo los brazos de Dago en mis hombros.
- No, hablo enserio – Respondió mi hermana con pasotismo.
- Y enserio hablo yo, no hace falta que los demás sepan si eres un chico o una chica, nos vamos del lugar y cuando lleguemos al nuevo sitio te presentas como una chica, nadie tiene por que saberlo.
En la mesa volvió a producirse ese mismo silencio tan horrendo y que tanto me molestaba.
Cuando casi habíamos acabado mi padre, Ambrosio, un hombre con una larguísima barba medio blanca y negra, siempre llena de virutas de madera, por fin se decidió a hablar.
- ¿ Dónde propones irnos Nicanora? És una buena idea, si todos estamos conformes en una semana nos iremos ¿Si?
A mi madre se le entristecieron los ojos, yo sabía que no quería irse pero por miedo a mi padre no diría nada y aceptaría, Fidela estaba pensativa, evaluando la situación, dentro de su cabeza parecía haber una batalla mental, conozco bien a mi hermana, sabía que la idea le entusiasmaba, pero en el centro de su cabeza solo se encontraba Dago.
- Lejos – contesté – o cerca da igual, un lugar donde no nos conozcan, cojamos nuestro carreta y a los caballos y vámonos..
- Iré a decírselo a Dago y a mis amigos – dijo Fidela levantándose y dejando el plato sobre la encimera.
- Yo, debería ir empaquetando cosas – dijo mi madre con una pasividad impoluta, tanto que hasta me asusté…
Lavé los platos y estuve haciendo tareas hasta que se hizo de noche, cuando me aseguré que todos dormían – tengo que reconocer que pensé que mi hermana no se dormiría en toda la noche – salí cogiendo el chaquetón de Fidela, sabiendo que Dago no llevaría el suyo.
Cuando llegue al olivo, vi que él no estaba, supuse que ya se habría marchado, pero aun así subí, quería aprovechar lo máximo de ese lugar, me acomode en mi rama y me quede allí lo que creo que fue más o menos una hora, hasta que vi a Dago, se subió al árbol, desgreñado, había muy poca luz, pero la suficiente como para saber que había estado llorando.
- No te vayas, porfabor.
- Tenemos que irnos Dago.
- ¿Por qué? Dime por qué, tu hermano no fue capaz de decírmelo.
- Es… es importante…
Vi como una lagrima empezaba a caérsele de nuevo y lo único que fue capaz de hacer fue darle el chaquetón de mi hermana. Lo cogió y su mano rozó con la mia.
- Nica…
- Lo siento Dago…
- ¿Dime al menos como te fue con don Cerdo.
Me salió una pequeña sonrisa.
- No vino, como nos vamos, mi padre pensó que no hacía falta, ¿trajiste el pan que me prometiste a noche?
- Si, lo traje – se lo sacó de un bolsillo y me lo dio, yo iba a partirlo cuando él me interrumpió con una mano encima de la mía – no, es para ti, te lo regalo, es mi regalo de despedida.
Le sonreí, y le di igualmente la otra mitad.
- Si es mi regalo, puedo hacer con él lo que quiera y quiero darte la mitad.
- Gracias Nicanora.
Se quedó quieto y callado comiendo el pan, mirándome de tanto en tanto. Yo me comía mi cacho, pensando y deseando que volviese a hacer lo que ayer, pasar su brazo sobre mis hombros, pero como no lo hacia esta vez fui yo quien se acurrucó contra él. Noté como se ponía rígido, pero enseguida se relajó y apoyó su cabeza en la mía, estuvimos así un buen rato, sin decir nada, hasta que se hizo tarde y los dos decidimos irnos a casa sin hablar el uno con el otro. Los siguientes días fueron un martirio, estaba rendida, rota, de despedirme de la gente, hacer el equipaje, limpiando la casa, pero aun así, cada noche iba a reunirme con Dago en nuestro olivo. Era como nuestro pequeño secreto, nuestro árbol, nuestro pan, su brazo en mis hombros, y ni una palabra. Cada vez me gustaba más eso de estar con él, aun que sentía remordimiento por Fidela, porque sabía que ella estaba enamorada de él, y yo creía que estaba empezando a sentir algo por él. Cada vez que pasaba por el lado de mi hermana me estremecía, pero tenía la ilusión de pensar que cuando nos iríamos esa sensación desaparecería, que yo no haría más falta pensar si esconder lo de Fidela, o si pensar en Dago, pensar que ya no me acordaría de él, y así no me haría daño a mí misma ni a mi hermana.
Él dia en que nos íbamos llegó más rápido de lo creía, cada vez estaba más asustada por lo nuevo que tenia venir, por saber que echaría mas de menos a Dago de lo que creía.
Teníamos todas las carretas montadas, los caballos listos, y ya íbamos a irnos cuando de repente vi a Dago venir corriendo, pensé que quería despedirse de nosotros, primero fue hacia mi hermana, y le dio un abrazo, pero cuando vino hacia mí me beso, y me encantó, pero antes de poder devolverse-lo, salió corriendo, me lo quede mirando hasta que ya no vi más su cuerpo. Al girar la cabeza, vi la mirada fría y llena de odio de Fidela.
CONTINUARÁ...